SOMER
Se cuenta que, si no hubiera sido
por Somer, un joven de 15 años, Yio hubiera muerto congelado. Esa misma noche
Somer lo llevó a su cabaña, donde vivía con su mamá. Yio apenas podía
mantenerse en pie. La mamá preparó sopa caliente y lo invitó a cenar. Gracias a
eso, Yio recobró el color. Después de cenar, los tres se sentaron junto a la
chimenea para charlar con calma. Entonces, unos golpeteos en la puerta tan
fuertes que parecía la iban a derribar interrumpieron la tranquilidad. La mamá
de Somer se levantó para abrir. Era nada más ni nada mejor que Emil, un viejo
que odiaba a los forasteros.
—Escuché que tu hijo no entró
solo a la aldea. ¿Es eso cierto?
—Sí, pero es tan solo un joven.
17 años.
—¿Qué hace un niño por estas
tierras? ¿Cómo dio con nuestra aldea?
—Somer se topó con él en medio de
una tormenta y lo trajo hasta aquí.
—Sabes perfectamente que si
estamos en tierras rodeadas por constantes tormentas y remolinos es por algo.
Para protegernos de forasteros intrusos roba huevos de dragón.
—Lo sé Emil, pero él es un niño.
—Con edad suficiente para robar. Mañana
lo quiero fuera de este lugar —dijo y se marchó de inmediato.
—No voy a echarlo, podría morir
congelado. Es inofensivo.
—¿De dónde viene?
—Del sur.
Emil chasqueó la lengua —De los
peores.
—No todos somos iguales, sabes
bien que yo vengo del sur y he aportado mucho a esta aldea.
—Eran otras épocas, además tu
hijo ha nacido y crecido aquí. Pero si tanto defiendes al sureño, veremos si es
verdad lo que dices. Quiero mantenerlo vigilado personalmente. Dile que mañana
lo quiero en el establo.
A la mañana siguiente Yio se
presentó en el establo del viejo Emil, quién sabía sureño pues él era de pensar
que saber el idioma del enemigo te daba ventaja. Yio le explicó cómo pudo, ya
que su idioma norteshka era pobre, las razones por las que se encontraba en esa
aldea. Su abuelo le había contado increíbles historias sobre los norteshkas y
sus míticos dragones. También explicó sus buenas intenciones, pero Emil no le
creyó, sin embargo, no se lo hizo saber y por el contrario le dio trabajo. Yio
se sintió contento y de inmediato se puso a trabajar. Como primera tarea, debía
recoger todas las escamas viejas de dragón regadas por el establo. Una tarea
aparentemente sencilla, si no fuera porque debía desenterrarlas o incluso
buscarlas debajo de gruesas capas de nieve. Los días pasaron, no obstante, las
cosas no mejoraban en el trabajo, no importaba cuánto se esforzaba Yio, que tan
bien limpiaba el establo, el viejo Emil le daba las peores tareas, como recoger
el excremento, bañar a los dragones jóvenes, los cuales lo empaparon más de una
vez. Mientras Emil hacía labores dentro de la cabaña. Por su parte Somer lo
ayudaba de vez en cuando y le prestaba ropa, pero en cuanto Yio cobró su primer
pago compró sus propias ropas. Los dos jóvenes se estaban haciendo muy buenos amigos,
aunque en realidad esta no era su idea de vivir en el norte. Ya habían pasado
seis meses desde su llegada, el joven hacía lo que podía, incluso en un par de
ocasiones cayó enfermo por las nevadas y la ropa mojada.
Una tarde, como era costumbre Yio
comenzó a empacar sus cosas para ir a casa de Somer, donde seguía viviendo,
pero cooperaba con los gastos dando algo de dinero. El joven había decidido ahorrar
lo que le sobraba para hacerse de algo propio, quizá una cabaña de un cuarto
con todo lo necesario para vivir, hasta poder apostar por algo más grande. De
pronto escucho que Emil entraba y salía de la cabaña cerca del establo. Acudió en
caso de que Emil necesitara ayuda, sin embargo, Emil en cuanto lo vio lo tomó
de las ropas y lo alzó.
—Se han robado tres huevos de
dragón, habla, seguro fue tu gente. Te hiciste pasar por una buena persona y en
cuanto me descuidé le llamaste a tus cómplices —decía a gritos Emil. Yio por su
parte estaba totalmente confundido. Alegó que todo era una mentira, sin embargo,
Emil no le creyó. Lo soltó y fue por su ballesta para dar casería a los
ladrones, tomó uno de los trineos jalado por perros y se adentró al bosque lo
más rápido que podían correr los perros. Yio lo siguió tomando otro de los
trineos. Ninguno montó a los dragones debido a lo espeso del bosque y
sobrevolar tampoco serviría de mucho. Entonces, unos metros después, Yio vio a
lo lejos una luz. Hizo señas a Emil. Ambos calmaron a los perros y amarraron
los trineos. Sigilosos caminaron hasta aquella luz, la cual era una fogata,
alrededor de ella había tres personas y los tres huevos robados.
—¡Ya los tengo! —gritó Emil
apuntando con su ballesta. De pronto, al ver los rostros de los tres
individuos, bajo su ballesta.
Yio incrédulo sólo pronunció “Somer”.
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